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Popularidad oportuna (inflada y ficticia).

  • Faro Analítico Staff
  • 19 nov
  • 2 Min. de lectura

El oficialismo amaneció celebrando una encuesta —una más— en la que supuestamente la presidenta alcanza un 72% de aprobación. El número, presentado con la estridencia habitual de la maquinaria propagandística de la 4T, pretende instalar la idea de que el país marcha tranquilo, confiado y satisfecho con su gobierno. Pero hay algo que no necesitan decir para que se entienda: cuando un régimen presume cifras tan evidentemente manipuladas es porque la realidad ya no le alcanza.


Porque si algo quedó claro después de las movilizaciones sociales recientes, del enojo social acumulado y del desgaste político que empieza a brotar a la superficie, es que la narrativa de bienestar ya no convence. El gobierno intenta escapar hacia una ficción donde la presidenta es incuestionablemente popular, incontestablemente fuerte y ampliamente respaldada. Pero esa ficción se estrella todos los días contra una verdad que se vuelve cada vez más incómoda: la “luna de miel” del segundo piso de la Cuarta Transformación está llegando a su fin.


Es innegable, el país no vive un tiempo de consolidación democrática; vive un momento de desgobierno silencioso, de desgaste acelerado, de contradicciones abiertas. Por más que se pretenda inflar sus números, la presidenta enfrenta la corrosión natural de una administración que, en menos de año y medio, ya agotó buena parte de su capital político.


La represión contra manifestantes del #15N, la improvisación gubernamental, la incapacidad de dar certezas y la insistencia en gobernar desde la consigna ideológica y no desde los resultados han erosionado el entusiasmo que el oficialismo intenta recrear por decreto.


Un dato es clave: si el gobierno realmente gozara del 72% de aprobación, no tendría la necesidad de decirlo tantas veces. El poder habla por sí mismo… excepto cuando el poder empieza a dudar de su propia fortaleza.


Mientras tanto, la oposición —en teoría el contrapeso natural frente a estos excesos— permanece lejos, pasiva y en ocasiones hasta complaciente. México se mueve, protesta, exige y se indigna… pero su clase política alternativa parece paralizada, orbitando alrededor de cálculos electorales y no de responsabilidades históricas.


La pregunta queda abierta, incómoda y urgente: ¿Qué papel piensa jugar la oposición en un país que exige rumbo, transparencia, equilibrio y un liderazgo que no esté atrapado en su propia propaganda?

 

 
 
 

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